Reconocer en Jesús el modelo para responder al llamado amoroso de Dios
•¿Qué has escuchado, visto y experimentado de Jesús, el hijo de Dios?
•El Bautismo es el primer momento de la iniciación a la vida cristiana.
•La vida del hombre tiene su origen y su destino final en Dios; nos hiciste para ti... decía san Agustín.
•Por este sacramento el creyente acepta, celebra y se compromete a ser hijo de Dios.
•Una vez que ha sido insertado en la vida trinitaria, el cristiano realiza su ser en esa dimensión trinitaria; todo lo que hace lo realiza en su calidad de imagen de Dios, de manera que todas sus actitudes y acciones ponen en evidencia la familia a la que pertenece.
En esto consiste el amor, en que Dios nos amó primero (1 Jn 4,10).
Por eso el amor a Dios se manifiesta como algo real y palpable en la medida en que se da el amor a los hermanos que construye una nueva humanidad.
Jesús es camino, medio, manera de llegar a nuestro destino que es el Padre. Este caminar se da en la verdad, es decir, en la fidelidad.
La fidelidad en la amistad, en el amor conyugal, a la palabra dada, a los compromisos contraídos; la fidelidad a la conciencia, a la propia vocación etc., son formas muy concretas de vivir la verdad de Dios y la verdad del hombre.
La grandeza del llamado (Ex 3, 5).
Si lo reflexionas un poco, descubrirás que la vocación es un misterio grande. Por un lado, sobrepasa tus capacidades. Pero por otro lado, pertenece solo a Dios. Cualquiera que sea tu vocación tiene su sentido y clave en significar de algún modo el misterio de Dios, el amor de Dios.
•El seguir a Jesús nos invita a humanizarnos.
•Entrar en los terrenos de Dios supone la disponibilidad para percibir la realidad desde otros puntos de vista.
El llamado de Dios implica un cambio de vida y sobre todo un nuevo modo de ver la vida, iluminado por la Palabra que te vivifica. (Filip. 3,8).
•Fíjate que en el fondo de esta valoración nueva de las cosas está el amor. Cuando amas, todo lo demás comienza a girar en torno a ese amor.